J.L. Vidal Coy
Ya deberíamos haber aprendido lo que significa urbanizar ramblas, cortar cauces naturales de agua, desviar otros o desaguar mediante escorrentías incontroladas donde no se debe, mayormente en cuencas fluviales o marítimas. Lecciones no sabidas tenemos bastantes desde que una crecida de la Rambla de Nogalte mató a 89 personas en Puerto Lumbreras y 13 en Lorca, en 1973, por citar un caso paradigmático. Pero no. Desde entonces hay cada año episodios de furia hídrica en los que el agua busca el camino natural hurtado por el ladrillo y arrasa con casas, haciendas, zonas de recreo, playas y cultivos. A veces, también con alguna vida que otra: acaba de pasar en Javalí Viejo.
Si algo caracteriza a la rabiosa respuesta natural del agua contra los desmanes es su práctica impredecibilidad. Al menos en el lugar exacto en que se va a producir el rugido de la naturaleza. Se puede anticipar más o menos cuándo y en qué area, pero el lugar exacto es difícil. ¿Dónde la próxima? La localización concreta puede ser en miles de lugares de la cuenca mediterránea y marmenorense, aunque hay sitios obvios donde el zarpazo es casi inevitable.
En esto la Región tiene un lugar notable, ni más ni menos que otras más al norte o más al sur, y también ineludible. Además, a lo que antes eran ocasiones dañinas especialmente en las ramblas del interior se ha sumado una repetición prácticamente anual en la costa del Mar Menor. Gracias a la urbanización desaforada y a la alteración sin remedio eficiente de los equilibrios naturales en una extensa zona de secano convertida en regadío intensivo al mejor postor: el Campo de Cartagena.
Por eso, lo que antaño eran daños limitados a los entornos de ramblas más o menos urbanizadas y/o carentes de conservación y limpieza, ahora se convierten también en tremendas anegadas de viviendas, paseos marítimos y otras infraestructuras que dificultan los cursos naturales del agua de lluvia hacia el mar o los desvían artificialmente incrementando los daños.
Puede parecer un lugar común, pero cierto es que el calentamiento global o cambio climático agrava los fenómenos meteorológicos: la última tormenta en Murcia estuvo entre las diez más fuertes desde que hay registros. Total, la progresiva virulencia de las descargas de agua agrava sus efectos porque cae sobre territorios en los que la ordenación habitacional o agroindustrial no ha tenido en cuenta las reglas obvias de la naturaleza.
De nuevo, el caso de Murcia. Por la invasión de ramblas con edificios o infraestructuras y por las explotaciones agroindustriales hechas en función exclusiva del beneficio, sin otras consideraciones. Las consecuencias en el primer caso son como las registradas en Javalí Viejo. En el segundo, es otra posible anoxia en el Mar Menor por los arrastres de lodo y nutrientes químicos (nitratos y fosfatos) de los abonos. Si no se suprimen, no hay solución, avisó Ecologistas en Acción. En algunos círculos, la sostenibilidad suena a sánscrito o arameo.
Por muchas instalaciones paliativas que se construyan, serán insuficientes como muestra la experiencia. Las tormentas son inevitables. Los obstáculos artificiales al agua, no. La salida es revertir la desastrosa planificación territorial y agrícola. ¿Un cascabel demasiado grande y peligroso de poner al tan bien alimentado gato del perjuicio ambiental? Hasta ahora han primado los intereses, sin importar a menudo su ajuste a la legalidad, de quienes imponen sus beneficios particulares y exclusivos. El regadío ilegal en el Campo de Cartagena ha llegado a ser el 20% del total, anotó la CHS. Con añadido del vertido diario de más de 5.000 kilos de nitratos y fosfatos, aseguró ANSE/WWF. Más la sobreexplotación de acuíferos. Sin poner coto a aquellos intereses y estas irregularidades, es imposible evitar el ecocidio del Mar Menor o las catástrofes costeras e interiores. Como la de Javalí Viejo.