21/03/2022
Esto podría titularse «la segunda traición de España». Es frase recogida por medios argelinos como primera reacción del Gobierno de Argel a la teóricamente nueva posición del Gobierno de Pedro Sánchez sobre el Sahara Occidental. En cualquier caso, sería inexacto porque, en lo referente a ese territorio, solo cabría hablar de «la traición continuada e inalterable» de los Gobiernos de Madrid, desde 1975, a la poblaciónde la que fue última colonia española.
Desde el abandono de 1975, concretado en 1976 y protagonizado por el ahora Emérito, hasta la actualidad todos los presidentes que han pasado por la Moncloa se han abstenido de prestar un apoyo explícito y firme al cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas sobre el Sahara Occidental, que preven la celebración de un referendo de autodeterminación de los saharauis. Primero, las disputas entre Marruecos y el Polisario sobre el censo electoral y luego la tibieza de la propia ONU facilitaron la postura ambigua y huidiza de España. Luego, el giro de Francia hacia las tesis marroquíes favorecieron precisamente esas actitudes contemporizadoras con Rabat en Madrid y Nueva York.
Pero Pedro Sánchez ha rizado el rizo con unos barrocos bucles que nadie había osado hasta ahora trazar al considerar la autonomía saharaui como «la base más seria, realista y creíble para resolver las diferencias». Nadie, ni siquiera la Administración Trump, había elevado a ese grado máximo la propuesta marroquí.
Además, el solipsismo del presidente español le lleva a no intentar consensuar tampoco con nadie, ni con sus socios de coalición, un giro radical y fundamental en política exterior que, inmediatamente, ya ha hecho rechinar los dientes del otro interlocutor imprescindible para España en el Magreb: Argelia, principal proveedor de gas en un momento en que si no estamos en una crisis energética por la invasión de Ucrania mucho se le parece.
Con su forma de pergeñar y anunciar el fin de la crisis diplomática con Marruecos, Sánchez consigue el rechazo de una amplísima mayoría del Congreso, mayor que la que apoya parlamentariamente su Gobierno, puesto que sus socios de Unidas Podemos también critican abiertamente el acuerdo auspiciado por ambas casas reales, la alauí y la borbónica.
A no olvidar: incluso dentro del PSOE, como en toda la izquierda española, tienen mucho peso la simpatía hacia el pueblo saharaui y el apoyo a la celebración del referendo de autodeterminación en el Sahara, cosas ambas que Sánchez y Albares orillan olímpicamente en su pacto con la monarquía alauí. Habrá que ver, aunque es dudoso, si el primer sitio donde deban dar explicaciones sea en el interior del PSOE.
Donde sí tendrán que dar muchas y pronto es en el Congreso, a pesar de que precisamente quienes más exageran el tema (PP y Vox) no podrán presumir nunca de haber defendido de ninguna manera no ya esa consulta determinante sino simplemente los derechos democráticos de los saharauis que viven en la antigua colonia española, sometidos al continuo acoso y represión por la policía del régimen alauí.
Cabe preguntarse si tejemanejes como el recién presenciado se corresponden con el sentido de política de Estado que debe regir en los asuntos exteriores. Pero también hay que interrogarse qué garantías ha conseguido el Gobierno de Madrid a cambio de plegarse al interés marroquí. ¿Queda garantizado que Rabat no volverá a reivindicar la ‘marroquinidad’ de Ceuta y Melilla o Canarias y que cesarán de forma permanente los asaltos masivos a las fronteras españolas de migrantes subsaharianos utilizados como carne de cañón por el Majzén alauí para chantajear a España cuando le conviene? No hay comunicado ni declaración conjunta que así lo establezca. Lo único que queda más o menos garantizado, porque ya lo estaba, es la cooperación antiterrorista islámica: Marruecos no puede permitirse ninguna veleidad en ese terreno por la cuenta que le trae.
En el otro lado, ¿tiene España seguro a partir de ahora el suministro de gas argelino (40% de nuestro consumo)? El pragmatismo argelino así puede indicarlo, pero no será a cambio de nada. Al final, el único que parece sensato es el exministro (2004/2010) Miguel Ángel Moratinos, considerado próximo a las tesis marroquíes, cuando niega el ‘giro copernicano’ español: «Durante el Gobierno de Zapatero ya dijimos que la propuesta de autonomía marroquí era una buena base para encontrar una solución realista y creíble al problema», asegura.
Ese problema ahora es que Sánchez y Albares lo han hecho tan mal que ni siquiera los argelinos aceptan la versión de que fueron informados previamente y abren más brechas de las que cierran, sin ninguna garantía fehaciente de que Rabat cumplirá las contrapartidas que Madrid dice que ha aceptado.