No se entiende ni la suavidad de Macron ni el cinismo de buena parte del liderazgo europeo, mudos como tumbas durante largos años ante los excesos militares y autoritarios de Vladímir Putin.
Putin proclama el fin del mundo unipolar liderado por EEUU. EFE
J. L. Vidal Coy
@VidalCoy
19·06·22
A veces es muy difícil seguir escondiendo los muertos en el armario. Sobre todo cuando la realidad provoca su salida. Es lo que pasan desde el inicio de la invasión de Ucrania con pretéritas simpatías mostradas por muchos líderes europeos de diversas ideologías hacia el autócrata ruso que ha desencadenado la última guerra en territorio europeo.
Hace casi cuatro meses, un mes antes del inicio de la guerra de Rusia contra Ucrania, escribí aquí mismo que Putin había logrado ya su primer propósito: dividir y enfrentar a sus adversarios occidentales. Ahora el disenso sigue siendo la tónica general, por más que haya apariencia de lo contrario.
La reciente visita a Kiev para allanar la entrada de Ucrania en la UE por los líderes de las tres economías más fuertes de la eurozona (Alemania, Francia, Italia) lo ha mostrado. El día antes de la gira, el presidente francés, Emmanuel Macron, habló de la conveniencia de no ‘humillar’ a Rusia cuando se produzca la salida de la guerra. En Ucrania eso sentó como un tiro, especialmente en los frentes de combate. Allí, contó Le Monde, corre entre los soldados un nuevo verbo: ‘Macronear’, para describir la acción de hablar sin decir nada coherente.
Porque el mandatario francés, expresando ideas similares a esa, lleva ya meses apostando aparentemente por la política de apaciguamiento (appeasement) hacia Putin, sin recordar, o no queriendo hacerlo, a dónde llevó esa idea cuando la enunció y la puso en práctica en los años treinta del siglo pasado el premier británico conservador Neville Chamberlain hacia la creciente agresividad y expansionismo del fascismo de Benito Mussolini y el nazismo de Adolf Hitler. También volvió a circular esa teoría en relación a qué hacer con Saddam Hussein tras la invasión de Kuwait en 1991 con el resultado igualmente de sobra conocido.
En cualquier caso, esa idea divisiva del presidente francés hace años que está siendo extendida en Europa por políticos tan dispares como Jean Luc Melenchon o Marine Le Pen. Y también por Santiago Abascal. No han sido los únicos, pues declaraciones y actitudes contemporizadoras hacia el autócrata ruso y su régimen oligárquico de corrupción paraestatal se han visto y oído durante los últimos años en boca de José María Aznar, Ángela Merkel, Matteo Salvini, Silvio Berlusconi…. Encabezados todos por el húngaro Viktor Orbán, convertido en quintacolumnista putiniano dentro de la Unión Europea.
La palma se la ha llevado el excanciller socialdemócrata alemán Gerhard Schroeder, quien incluso ha hecho lobby para Putin en el mercado energético nacional desde su puesto de empleado político de las energéticas rusas Gazprom y Rosneft.
Ahora, desde el 24 de febrero pasado todos recogen velas e intentan desguazar y quemar el armario en el que escondían el muerto, corriendo un tupido velo sobre el hecho de que la invasión de Ucrania empezó en realidad en 2014 y durante todos estos años eso no ha sido óbice para que los mencionados le hicieran la ola al nuevo ‘zar de todas las rusias’, a pesar de su mano de hierro antidemocrática sobre su propia población, su política expansiva y agresiva en el Donbás y en Crimea, la corrupción oligárquica de su régimen y su creciente expansión militar bajo cuerda (en el mismo estilo al que Estados Unidos nos tiene acostumbrados) más allá de Europa.
Por todo esto no se entiende ni la suavidad de Macron ni el cinismo de buena parte del liderazgo europeo, mudos como tumbas durante largos años ante los excesos militares y autoritarios de Vladímir Putin. Aviso a navegantes de derecha y extrema derecha: Pedro Sánchez, Yolanda Díaz y Alberto Garzón son de los pocos políticos europeos a los que no se les ha escuchado justificar de una u otra forma al autócrata euroasiático. Tienen el armario vacío.