J. L. Vidal Coy
09·10·22
Hace algún tiempo que las promesas o, más bien, amenazas al Estado de Bienestar de bajar los impuestos se convirtieron en lo que Nicolás Sartorius denominó «la milonga de siempre». Hay experiencias relativamente recientes de que la disminución impositiva no trae la concatenación de menos impuestos igual a más dinero en los bolsillos de la gente, más gastos, más inversión y mejor calidad de vida.
Sin embargo, la derecha de siempre y la nueva ultra siguen comulgando con esa rueda de molino. Como ocurre con las bajadas de impuestos a los que más tienen decretadas por Moreno Bonilla en Andalucía… o Liz Truss en el Reino Unido. La premier británica ha tenido que plegar velas (solo en eso, no en el resto de recortes) ante la indignación y conato de rebelión de unos cuantos parlamentarios de su propio Partido Conservador, alarmados por el efecto electoral del trato de favor a los ricos. Cualquiera diría que la Historia es cíclica, a la manera de Toynbee, si observa que la frustrada medida de Truss recuerda a las famosas Reaganomics, o a las políticas neoliberales de Margaret Thatcher que se cargó en apenas un lustro una buena porción del estado del bienestar del Reino Unido (transportes, sistema nacional de salud, enseñanza pública, tasas de empleo, presencia sindical, etc.).
Aquella oleada salvajemente privatizadora y antisubvencionadora de servicios públicos fue en los años ochenta, justo cuando los neoliberales decidieron cortar por lo sano el Welfare State trabajosamente levantado en Europa en la segunda posguerra mundial, alentados desde la Escuela de Chicago de Friedman y Stigler, que tan buenos resultados obtuvo en el Chile de Pinochet. Pero la Historia no es cíclica porque, si entonces se trató de intentar acabar con un sistema de protección eficiente para el ciudadano aunque costoso para los Estados, ahora llueve sobre mojado empeorando la desprotección ya instaurada.
En efecto, los recortes galopantes de los servicios públicos en la Gran Recesión se agravarán con las propuestas neo-neoliberales de rebajar impuestos: sin tiempo real para recuperarse de la precariedad, sufrirán más deterioro los sistemas públicos de Sanidad, Enseñanza, Servicios Sociales. etc. Por desgracia, tras aquella crisis financiera, no queda mucho por privatizar, tal es el grado de adelgazamiento que sufrió la economía pública.
En los ochenta, las Reaganomics no aumentaron la recaudación y dispararon el déficit público en Estados Unidos. En el Partido Republicano el después presidente George W. Bush las calificó de ‘economía vudú’. Thatcher, por su parte, provocó un verdadero desastre social. A pequeña escala en Murcia, y a una algo mayor en España, estamos aún ‘descubriendo’ fórmulas mágicas espiritistas en las que las bajadas de impuestos tienen efecto sanador milagroso sobre el sistema, especialmente si son para los que más tienen, ya que estos invertirán sus nuevos beneficios en crear más empleo y salvar la economía. Seguro.
Así pasó, fácil es comprobarlo, en los Gobiernos de Rajoy, que desmantelaron los servicios públicos y ‘salvaron’ con 40.000 millones las cajas de ahorro. Dineros que nunca fueron devueltos mientras los ciudadanos siguen sufriendo el desmantelamiento doloso del Estado de Bienestar que nunca llegó al nivel europeo. Eso sí, estamos muy entretenidos viendo bailar la danza impositiva de los siete velos a los gurús ‘populares’ encabezados por Díaz Ayuso y Moreno Bonilla, jaleados por Núñez Feijóo. Lo peor es que se lo creen. Hasta algunos barones socialistas pican. Mensaje subliminal: el que pueda pagarse los servicios, que se los pague. Y si no… Lo peor es que toman a los ciudadanos por tontos: con una mano recortan y con la otra se dicen defensores del Estado del Bienestar. No se lo puede creer nadie. Si se pierden ingresos, ¿cómo se mantienen los servicios públicos? ¿Cómo se contiene el déficit público? Esto es lo que habría que explicar antes de lanzarse al abismo desregulador.