J. L. Vidal Coy
17·07·22
A estas alturas del recorrido electoral triunfal de 27 años del PP en Murcia nadie debería sorprenderse de que el congreso territorial se haya preparado, desarrollado y finalizado a la búlgara. La imposición de unidad que vino de Madrid para que la alcaldesa de Archena, Patricia Fernández, hiciera mutis por el foro refleja cómo se hacen las cosas en la derecha española: autoritariamente, sin complejos, a las claras y sin vergüenza democrática alguna.
Por eso resulta jocoso, cuando no ridículo, hablar de ‘congreso a la búlgara’. No hay necesidad de irse tan lejos para encontrar paralelismos con lo que pasa entre los populares murcianos desde que Juan Ramón Calero dio y perdió su última batalla ante el excelso Ramón Luis Valcárcel. Tenemos la referencia mucho más cercana y mucho más ‘nuestra’: esa forma de actuar fue propia de los tiempos en que ordenaba y mandaba un general golpista que mantuvo el poder y la represión inmisericorde durante cuarenta años, con la inestimable colaboración de la jerarquía y buena parte de las bases de la Iglesia católica. La prueba de que esa forma es propia de regímenes, sistemas u organizaciones autocráticas está en la renuncia a asistir al congreso de la archenera y en las críticas abiertas y a voces de Manuel Durán, el otro precandidato a la presidencia del partido, también ‘retirado’ por obra y gracia del nuevo y moderno aparato genovés de Núñez Feijóo.
Tan blanco y en botella como aquel referéndum sobre la Ley Orgánica del Estado que organizó el innombrable general y que ‘propagandeó’ para conseguir el 95,86% de los votos emitidos Manuel Fraga Iribarne, fundador de Alianza Popular, la placenta madre del actual Partido Popular. Con esos antecedentes resultaría impensable que la organización funcionara con unos esquemas de democracia interna que a duras penas mantienen otros partidos que sí tienen un amplio y profundo pasado respetuoso del principio «una persona, un voto».
Fiel a la tradición autocrática proveniente del franquismo, el PP regional, después de las maniobras teledirigidas desde Génova para maniatar a los dos candidatos ‘no oficiales’, reeligió a López Miras como presidente, precandidato al congreso del viernes y, consecuentemente, candidato a la presidencia regional para dentro de un año con el 98,70% de los votos. Un porcentaje que haría palidecer de envidia al padre fundador Fraga Iribarne y al mismísimo Franco, sin necesidad de irse más allá de los Balcanes a buscar paralelismos pseudoeruditos con la Bulgaria soviética de Tódor Zhívkov, teniendo como tenemos nuestros propios demonios nada bien enterraditos en el jardín, sino más bien a la vista de todos.
Como no podía ser de otra manera, que diría el petulante Valcárcel, experto donde los haya en amañar sucesiones y dejar todo atado y bien atado para la posteridad, aunque nunca fuera tan suficientemente hábil como aquel general golpista y genocida, puesto que primero le salió respondón el inopinado sucesor Alberto Garre y, más adelante, hasta le sacó los pies del tiesto el orondo López Miras, cosa que propició que el ahora presidente de honor se decantara erróneamente por la alcaldesa archenera.
Una apuesta tan torpe como la de poner todas las fichas en el casillero de Soraya Sáenz de Santamaría, cosa que a la postre le costó su décimocuarta presidencia del Parlamento Europeo, forzado por los triunfantes Casado y Teodorico el del güesesico sin que dizque le diera tiempo de aprender francés e inglés para manejarse con comodidad en los pasillos y salones bruselenses. No obstante, la magnanimidad totalizadora de la nueva cúpula genovesa concedió al creador de la saga pepera murciana la oportunidad de reintegrarse a mamar de la teta regional hablando encomiásticamente en el congreso del viernes, olvidando así su veleidad archenera y reverdeciendo viejos laureles. Todo muy democrático. Tanto como los referendos del general Franco.