J.L. Vidal Coy
13·03·22
El envío de armas a Ucrania para que se defienda de la agresión rusa ha vuelto a dividir a la izquierda española, como bien se encargan de resaltar, que no relatar, en la derecha y no tan derecha mediática. Se mezclan en el discurso derechista posiciones propias y reminiscencias negativas del «No a la guerra», tan popular en la población española cuando Aznar nos metió de hoz y coz en un conflicto basado en la mentira de las armas de destrucción masiva.
Lo que menos debería importar es si la derecha vuelve a utilizar el manido argumento de la superioridad moral de la izquierda para criticar las posiciones radicalmente contrarias al militarismo en el que se sumerge la parte del espectro político, siempre dispuesta está la banda derecha a pactar al precio que sea con la ultraderecha para mantener el poder. Verbigracia: Castilla y León, Murcia…
Porque lo que se discute en la izquierda, y lo que la divide, es la legitimidad o no de la participación directa o indirecta en un conflicto armado, que es una invasión ilegítima y un intento de aplastamiento imperialista de una nación y un Estado por el simple hecho de querer tener políticas independientes.
Es difícil explicar la postura de colocarse al margen de un conflicto de características casi medievales, por parte de quienes lo han desatado, sin que un mínimo sentido de la solidaridad induzca a prestar auxilio de todo tipo a los agredidos, invadidos, masacrados y, como se ve en Mariúpol, atacados con terrorismo de Estado.
Es posible que la inequívoca posición derechista de enviar armas a Ucrania para que se defienda de la Rusia de Putin se corresponda con una lección aprendida o una expiación tardía del ‘pecado’ del conservador Neville Chamberlain, sacrificando los Sudetes a Hitler en aras de un supuesto mantenimiento de la paz en Europa que menos de un año después se reveló una falsa ilusión con la invasión de Polonia por la Alemania nazi y el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Pesa también, en ese lado del abanico político, el hecho del flirteo registrado en los últimos años de líderes ultraderechistas que se han fotografiado y dejado querer por el autócrata ruso: de Orbán a Salvini hasta Marine Lepen o Jair Bolsonaro y Donald Trump. Corre el chascarrillo de que Santiago Abascal condena el ataque ruso porque es el único de ellos que no tiene el correspondiente selfie con el actual Zar de todas las Rusias. Por la parte del PP no hay dudas ni sospechas al respecto de su pulsión militarista desde que Aznar aprendió a pronunciar el castellano con acento gringo.
En la izquierda hay una tradición antimilitarista que se puede datar en los espartaquistas alemanes ante la Primera Guerra Mundial y una mala conciencia unida al rechazo visceral a unir destinos con uniformados de cualquier tipo. Salvando las distancias, se podría decir para rebatir esos argumentos que, sin ir más lejos, la izquierda española no dudó en empuñar y repartir armas a todo bicho viviente para defender el orden constitucional del golpe de Estado derechista encabezado por el general Franco que dio origen a la Guerra Civil.
En la izquierda, por tanto, también hay posturas que, asegurando su distanciamiento de esos prejuicios, justifican o incluso promueven la ayuda militar a Ucrania, aunque tan modesta como es el simple envío de armamento. Menos mal que determinados personajes de la derecha, como el inefable Emérito y su cohorte de palmeros, están desactivados ahora: teóricamente, así se evita una posible nueva vergüenza de futuras investigaciones de coimas y cohechos aparentes.
Es de esperar que se mantenga ahí el asunto. Y que no se ahorren esfuerzos de toda clase para detener la barbarie desatada desde el Kremlin.
Compartir el artículo
Compartir una noticia Facebook Twitter Linkedin Whatsapp Telegram Correo electrónico