El metro del D.F., ahora Ciudad de México, es un territorio extraño, como el de todos los sistemas subterráneos de comunicación de las grandes ciudades. En la gran conurbación de 15 millones de habitantes que es la capital chilanga, el metro tiene vida propia. Allí se agolpan, se empujan apresuradas, se miran sin verse cientos de miles de personas casi a cada instante. Sin embargo, contra lo que se podría pensar, es una red segura, casi sin violencia, con muy pocos asaltos o problemas, muy a diferencia de lo que ocurre allá arriba, a plena luz del día o de la noche. Tiene sus propias reglas y códigos. La principal, no molestar para no ser molestado. Bajo tierra, las cosas son diferentes. Se juega, se pasa el tiempo, se gana la vida, se prepara uno o una para lo que espera arriba… y, sobre todo, se viaja de un lugar a otro, se espera y se desespera. Se vive.