Los Pachucos son algo especial en México, aunque dizque son originarios de los barrios del sur de Los Ángeles. Allí, los que entonces eran “chicanos” comenzaron a juntarse para bailar ritmos caribeños vistiéndose con trajes a imagen y semejanza de los usados por los gánsteres de Chicago. El gran Tin Tan les dio popularidad, al recoger sus usos festeros, transportándolos a México. El danzón, baile de origen cubano que entró por Veracruz, pronto se convirtió en santo y seña de las reuniones de pachucos. Influidos por la sangre caliente, el tequila, el ron y el Caribe, la vestimenta fue evolucionando hasta lo que es hoy: una mezcla de colores y tejidos, plumas de pavo real y de faisán, digna de la mejor paleta de pintor. Octavio Paz les dedicó un ensayo, el primero ––según las ediciones–– del volumen “El laberinto de la Soledad” hace ya algunos años. Se llamaba “El Pachuco y otros extremos”. Ahora, los pachucos del siglo XXI se reúnen para bailar y explayarse en la céntrica Plaza de La Ciudadena, en el Salón Los Ángeles –– “Quien no conoce Los Ángeles, no conoce México”, reza su lema ––, en el “California” bien abajo por la Calzada Tlalpan,…. Y en otros lugares norteños, como Tijuana. No tengo constancia de que ninguno de ellos leyera nunca el texto del Nobel mexicano. La próxima vez, preguntaré.